AUTOLOVE

Siempre me cuestioné porque no tener más tetas, menos culo, un par de centímetros más de altura, la mandíbula simétrica y los tobillos menos anchos. A veces un poco más de tolerancia ante comentarios patriarcales tan naturalizados que dan ganas de romper todo y otras decirle más seguido a las personas que las quiero mirándolas a los ojos. Siempre fue más fácil tratarme con carencia, ver lo que me falta y regalarle mi autoestima al sistema que le encanta echarle sal a las heridas. ¿Por qué nos esmeramos en sostener la insatisfacción con nosotras mismas? No lograba aceptar toda mi carne y mis formas hasta que en algún momento de la existencia, muy decidida a romper con estos cánones preestablecidos, decidí hacerme mía.

Cuando comienzan a morir los juicios y las críticas que tenemos con nosotras mismas empieza a nacer un goce y un fuego interno indescriptible. Hacer combustión tantos años de desamor me han convertido en una mujer libre y en contacto con mi sexualidad. No existe la dependencia a una pareja sexual estable, ni al sexo casual, ni a un vibrador. Simplemente acudo a conectar con mi autoestima y desde allí se abre un universo excitante.

Un encuentro sexual es todo aquello que te conecte con el placer, que te penetre y te permitas vivirlo abiertamente. Y vamos a erradicar la idea de penetración como sinónimo de falo y hombre. Cuando esto se alinea con la estimulación de mi mapa erógeno, me prende fuego la existencia. Y que lindo es sentirnos vivas ¿No?

Durante muchos años, la masturbación fue un trámite. Algo veloz, unos minutos de fricción directa al clítoris, una descarga de energía corta y a dormir. Hasta que un día imaginé este recorrido con otra persona, directo al clítoris, trámite veloz y a dormir y me deseroticé por completo. Me pregunté ¿Por qué me trato a mí misma como no me gustaría que me trate otra persona en el encuentro sexual? Y allí empezó otro viaje…

Recuerdo un auto encuentro hermoso en el que me animé a borrar de mi piel, de mi psiquis y de mi útero esos años de desamor. Tanta energía sexual regalada a hombres que en el camino se perdieron en su propio ego tenía que ser revitalizada y no por alguien más, solo yo podía encender ese fuego sabiendo lo que valgo y merezco.

Me serví una copa de vino, prendí una vela con aroma a vainilla y me metí a la bañera. Sonaba la lista de Spotify «Magnética seducción» del relato anterior aún disponible. Comenzaba a acariciarme la piel. Mis manos recorrían lentamente cada parte de mi cuerpo sin detenerse en ningún lugar. Apenas estaba comenzando. El placer sensorial estaba al tope, el agua rozaba mis pezones, el vino penetraba mi boca, el aroma me llevaba a la relajación mental y la música me invitaba a mover mis caderas lentamente. Cuando sentí que era hora de pasar a otro nivel, salí de la bañera. Notaba física y visualmente como las gotas recorrían mis pezones y habilitaban mis sensaciones, me seguía estimulando.

Tenía un conjunto de ropa interior con portaligas borravino que nunca tuve la oportunidad de usar, porque creía que debía estrenarlo con alguien más. Me vestí con todo el deseo de mi encaje nuevo y me paré frente al espejo. Seguía sonando musica erógena y seguía mojándome los labios con vino. No sabía que mirarme y excitarme podían ser acciones convergentes. Me sentía tan salvaje con el conjunto que seguí explorando la imagen que me devolvía el espejo. Nunca había visto mi cara de excitación, de seducción. Mientras descubría cada rincón de mi piel con mis ojos y con total aceptación comencé a despertar mi piel. Me tocaba las manos, mientras bailaba para mí y continuaban viaje por todo mi cuerpo. Asomaban mis pezones por el corpiño, duros y sensibles al tacto. Fui observando como el ascenso de la excitación me llevaba a quitarme la ropa y a exponer toda mi carne frente al espejo.

Estaba totalmente desnuda frente a mi, desnuda de juicios y mirarme excitada me humedecía cada vez más. Comencé a pasar mi lengua por mis labios y a relajar la mandíbula, mientras mis manos sostenían mis tetas, las masajeaban, activaban los pezones con círculos y roces de arriba hacia abajo y vicerversa. Mi respiración se hacía notar, y sin vergüenza ni temor, me permitía exhalar una gran letra A, que relajara mi mandíbula y mi vagina. Toda esa entrega era para mí misma y tenía que ser mi mejor amante.

Mis caderas ondulaban, mis manos viajaban de mis tetas a mi boca, a mi cuello, me besaba los hombros, acariciaba mi panza, masajeaba la zona baja de mi espalda y llegando a las caderas solo podía notar lo sexy que me veo siendo totalmente erotizada por mi aceptación, por mi cuerpo, por mi libertad y autonomía.

Me senté al borde de la cama, abrí mis piernas, no quería perder ningún detalle de mi humedad y comencé a acariciarme los labios, quería hacerme desear. Me tocaba los labios, viaja a mis glúteos, al interior de mis piernas, mientras seguía habilitando el movimiento de mis caderas y la urgencia de mi clítoris. Volvía a subir mis manos por mis tetas, cuello, boca, panza, labios y por momentos cerraba los ojos para perderme en mi piel y cuando los abría allí estaba yo excitandome frente a mí misma. Me lleve el dedo del medio a la boca, es una imagen que me gusta recordar, lo humedecí y volví a hacer ese recorrido del placer teniendo como punto final mi clítoris. Lo acariciaba sin perderlo de vista, hacia arriba y hacia abajo, daba círculos y con la otra mano me acariciaba las tetas, me mordía la boca, gemía para mí misma. Introduje el dedo del medio y comencé a moverlo como si estuviera llamando a alguien. Podía así sentir la parte rugosa de mi punto g en la entrada de mi vagina y con la palma de mi mano seguía estimulando el clítoris. Mis caderas se movían cada vez con mayor intensidad. En cada inhalación llevaba todo mi oxígeno hacia mi monte de Venus y cuando conseguí un clímax de placer me entregué a esa marea.

Me acosté, cerré mis ojos y sostuve una velocidad y un movimiento homogéneo para sostener ese estado de éxtasis. Lo suficiente como para permanecer allí un tiempo, con mi poder personal, con mi vitalidad, con mi fuego, con mi excitación, con mi placer. Tenía todo mi cuerpo relajado, no había ningún músculo en tensión y mi respiración seguía perpetuando ese estado orgasmico. Después de unos largos minutos decidí presionar un poquito más, en ese punto de no retorno la descarga esta tan cerca que todo el calor de mi piel puede sentirlo.

Volví al espejo, y observé como salía mi dedo del medio lleno de mí. Volví a trazar ese recorrido de zonas érogenas. Quería probarme, me chupé el dedo como si sintiera que pudiera lamerme el clítoris y sí que se siente rico y volví más excitada que nunca. Introduje dos dedos dentro de mí y mientras me estimulaba el clítoris con la otra mano, mis caderas, ahora sí, aceleraban el ritmo. Deseaba ver en el espejo el punto máximo del clímax. No había control alguno, solo estaba en ese presente observando como podía tener un encuentro sexual con total entrega, placer y autonomía. Mis gemidos se aceleraban, al igual que mi respiración, y escucharme me excitaba aún más y mirarme era toda una novedad tan érogena que me llenaba de seguridad. Mi cara de placer fue el regalo más genuino que pude darme.

Me quedé desnuda frente al espejo unos minutos más. Sonriendo y agradecida, olvidando las veces que decidí no gustarme, silenciarme, reprimirme. Tratarme así me da la autonomía de vincularme sexualmente con seguridad, con autoamor, desatando a la diosa sexual que permití observar. Me dí un beso en cada hombro y recordé que había comprado chocolate post sex. Tal vez por lo rico de la situación. Seguí por casa desnuda y segura. Con el fuego aún ardiendo sin intenciones de apagarlo jamás.

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