La palabra celibato nos lleva a un convento de clausura y tortura donde es inexplicable para la mente humana como alguien decide no tener relaciones sexuales de manera consciente. La semana pasada traía este tema del «Vampirismo sexual» y como esta idea de «coger está bueno» muchas veces nos termina metiendo en relaciones tóxicas o encuentros efímeros y poco satisfactorios que nos chupan nuestra energía del bien, en vez de revitalizarnos como debería ser. Socialmente no tener sexo es muy poco cool. Antes que estar sola y desdichada, dos palabras que parecen sinónimos, mejor un polvo con quién sea. Exs, parejas monótonas que no van a ninguna parte, aplicaciones de citas, personas random en momentos de exasperación, quien sea con tal de no quedar asociada al indigno club del celibato.
Y por eso vengo a dar la cara. Hace casi un año y medio que no comparto mi cuerpo ni mi energía sexual con nadie. Realmente el último encuentro puede pasar totalmente desapercibido y ser anulado por un agujero negro cósmico galáctico que da igual, pero como fue un caso digno de vampirismo, me hago cargo y lo hago parte de una muy mala decisión. Ese encuentro fue parte del paradigma, «hace un par de meses no tengo sexo con nadie, hagámosle…», como si no estar con nadie fuera algo que hay que quitarse rápido de la existencia. No faltan las miradas de sorpresa, espanto, horror y tremenda compasión cuando comparto este período de tiempo al exterior. ¿En serio? Es la pregunta base. ¿Parece joda entonces?

Lo cierto, en mi caso, es que jamás me había sentido tan conectada con mi sexualidad. Tendemos a creer que la sexualidad es una acción coitocentrista y falocéntrica, que el placer depende de alguien que «te lo haga bien» y que lo que necesitamos «es una buena 🍆». Me parece totalmente carente de libertad. No tengo nada en contra del sexo casual, por eso mismo he escrito el relato erótico «Magnética seducción» disponible en mi blog para construir encuentros presentes y dejar de masturbarnos con los cuerpos ajenos, sin embargo, cómo habitamos nuestro cuerpo y como está socialmente pre concebido me seca el deseo y las ganas de compartirme de manera infantil e irresponsable. La responsabilidad no pasa solo por no traer vida a este mundo o no contagiarte una ETS, también pasa por ser responsable de mi placer, de mi tiempo, de mis ganas de generar un encuentro, al margen del vínculo que haya con la persona, justamente hay una persona. ¿No les ha ocurrido que teniendo encuentros casuales la eyaculación es más precoz? ¿O qué difícilmente se logre llegar al orgasmo? ¿Cuál es realmente el interés que se gesta en compartir la sexualidad si la descarga es totalmente impersonal? Y eso no quiere decir que alguien te diga te amo al oído, sino el estar presente y consciente en una sexualidad compartida presente y consciente. Sino ¿Para qué se comparte?
Hay una tendencia, en mi criterio, muy infantil, de asociar cada vínculo a una posible conexión sexual. Cada vez que viajo con mi padre, las personas nos miran mal como si fuéramos pareja sexoafectiva y a mi mejor amiga le han preguntado si estaba teniendo sexo conmigo por subir historias juntas en instagram. Es absurdo y una fiel prueba de como el imaginario sexual necesita madurar.
La sexualidad ha estado tan oculta durante tanto tiempo, que hoy reclama educación, respeto, consentimiento, goce compartido y responsabilidad física y emocional también. Hace un tiempo que invierto dinero y tiempo en explorar física e intelectualmente esta nueva disponibilidad a una sexualidad acorde a mi soberanía y mi valor. Hace un mes volví a descargarme Tinder, comencé a hablar con un hombre más grande y comprobé que la maduración sexual de las personas es más retrógrada que las demás. Cruzamos escasas palabras, las suficientes para convencerme de que prefiero conservar mi potencial vital energético en conexión con mi fuego interno que siempre arde y me llena de vida. Indiferentemente de compartir o no mis experiencias sexuales.
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