Gracias por ser parte de este proyecto que nace con este primer relato completo compartido. Siempre que busqué en la web relatos que acompañen mi imaginación encontré violencia y poco contenido, encontré guiones de películas porno patriarcales que se alejan del consentimiento, del cuidado, del goce compartido y de la liberación femenina con consciencia y presencia.
La sexualidad de las mujeres ha sido un gran misterio durante mucho tiempo. Pretendo con estas líneas forjar tu autoestima, afirmar tus deseos y que salgas al universo como la diosa sexual que sos, que somos.
Y si sos un hombre acompañarte a quitarte tanto imaginario porno violento de tus conexiones cerebrales.
Ya no es tiempo de reprimirse, que la lectura te traiga satisfacción y seguridad.
Te propongo ser la guardiana de ese fuego interno con mis lecturas que arden de empoderamiento y goce. Que mis relatos eróticos explícitos poéticos te llenen de vitalidad.
Que disfrutes este momento con toda tu esencia instintiva disponible.
Felices orgasmos hoy y siempre.
Buen viaje.

MAGNÉTICA SEDUCCIÓN
Nunca me sentí tan embelesada como esa noche de luz tenue en un bar de mala reputación. Aún no me pregunto qué pasó, cómo ni por qué, no hace falta buscarle respuesta a todos nuestros impulsos sexuales ¿No? Solo pasó.
Estaba sentada en una mesa redonda tomando un Gin Tonic helado, mi semana había sido lo menos productiva y entre tanta culpa redundante me refugié en mi vestido de terciopelo rojo. Solo con rozarme los pezones me cambió la vibración. Lo estrené para mí y salí a tomar algo, sin rumbo ni horario. Dejé toda la castración cuando cerré la puerta de mi habitación, quería gozarme la vida. Y juro que todo es energía. Me sentía totalmente magnética.
Era sábado, miré la hora y marcaban las 22:22, sonreí y miré la luna por la ventana. Estaba en Aries y confieso que esa luna me prende fuego la existencia. Sabía que emanaba energía sexual por cada poro de mi piel.
La curva de mi sonrisa fue el segundo chispazo de erógena reacción. Sabía que acariciar lentamente mis clavículas, que mojarme los labios y morderlos con tanta precaución, que la suavidad de la tela que me envolvía eran disparadores de atención. Sabía que aquel hombre solitario vendría a compartirme su íntima versión. Oía que decía palabras inteligentes a la nada misma y podía observar todos los tatuajes de su brazo izquierdo. No importa su descripción física, me enloqueció desde la retina hasta las neuronas. Un hombre erotizando mi imaginación, hablando solo, tomando wisky con tatuajes en el mismo tiempo y espacio que yo. Sus ojos negros me atravesaron la piel y fue cuando decidí tomar acción.
Tomé el último sorbo de Gin y cerrando los ojos me permití exhalar un gemido de placer. Sentí mis labios relajados, abrí los ojos y allí estaba él penetrándome la existencia, el acto sexual ya había comenzado.
Sin sacarle la mirada de encima me acerqué y lo invité a pararse conmigo. Acaricié su mandíbula para tomarlo de la nuca mientras iba directo a su boca. Me detuve justo a tiempo, solo para rozarle sus labios disponibles con mi lengua inquieta. Podía sentir toda la excitación en la humedad que me generaba tanto deseo y libertad.
Me agarró de la cintura y me besó impulsivamente. Podía sentir el roce de su pantalón y como se endurecía con cada enlace de nuestras exploraciones carnales. Su lengua me revolvía la cordura. La conexión besual era química pura. Sus besos se trasladaron al cuello, me erizaba la piel, los pezones, la fascia. Me entregué a ellos mientras acariciaba su espalda e insinuaba el deseo de tocar su erección. Perdida en el viaje de erógena complacencia, me giró rotundamente, me tomó las caderas y empezó a besarme la nuca con una seguridad tan placentera. Bajó su lengua hasta la octava dorsal mientras me tocaba las tetas.
En un acto de eléctrica presencia me di cuenta que estábamos excitando a quienes estaban en el bar y ese privilegio voyeur me encendió por dentro. Sonriendo, lo agarré de la mano y propuse un poco más de intimidad.
La urgencia nos llevó al baño de mujeres. Era bastante grande, tenía olor a cítricos, un espejo y un sillón de terciopelo. ¿Cuál sería la función? Da igual.
Lo empujé al sillón y me saqué el vestido, quería que viera todo lo que estaba por penetrar. Que la lencería sea protagonista, que los detalles de seducción no sean en vano. Le saqué la camisa y me monté sobre él, mis movimientos ondulantes activaban su ansiedad y mis pezones recibían todo el calor y la humedad de su boca. Con una precisión cinética irracional me sentó repentinamente en el sillón, me sacó la tanga y comenzó a besarme la panza. Mi disponibilidad era total, no existía tiempo, ni explicación de lo que estaba pasando. Solo un instinto animal.
El deseo era inmortal. Los vaivenes de su lengua por mi clítoris me hacían gemir de placer. El movimiento de mis caderas era incontrolable. Sus besos, sus succiones, sus lamidas, sus golpecitos suaves, su aliento, sus círculos activaban cada vez más la proximidad de mi orgasmo. Su boca y mi humedad formaban un nuevo lenguaje. Metió dos dedos dentro de mí mientras seguía chupando y la intensidad se hacía cada vez más urgente. El orgasmo fue un paraíso terrenal. Volvió a besarme con la boca llena de mí y mientras lo masturbaba fui bajando de nivel, deseaba recorrer con signos infinitos su glande y encenderlo aún más. Lo miré y comencé a chuparle la punta de su placer. Tomé un condón y se lo puse con toda la profundidad de mi boca. Podía notar su mirada ardiendo y eso también me excitaba.
Giré y de espaldas me senté sobre él, la penetración fue profunda. Con una mano seguía estimulando mis pezones, con la otra me tocaba el clítoris mientras me besaba la nuca y me miraba gozar por el espejo que estaba justo enfrente nuestro. Yo solo me dispuse a conectar con el movimiento infernal.
Nuestros gemidos unidos eran testigo de una conexión intensa y anónima. Hasta que no pudimos contener más toda la marea de placer compartida. Extrañamente tuvimos un orgasmo juntos. Fue cuando entendí que estando 100% presente y en total armonía con mi esencia salvaje no hay manera de que no me goce la vida.
Me vestí, lo besé y mirándolo a los ojos le dije:
Gracias por compartirte conmigo.
Preguntó mi nombre, mis redes, mi número. Yo solo continúe el viaje a casa.